domingo, 14 de marzo de 2010

Un cuento de hadas

Encontré una princesa. Su profunda mirada, su andar sofisticado y esa hermosa sonrisa esporádica que se encuentra entre el nerviosismo y la elegancia hizo que mi ser comenzara a girar en torno a ella. Justo en el momento en que la vi el universo cobró sentido y ella se convirtió en el punto gravedad del planeta. Fue como si mi vista se aclarara y todo comenzara con ese momento.
Volví a creer en los cuentos de hadas. Ella era la princesa que se encontraba en la torre más alta del castillo, la cual está custodiada por un peligroso dragón. Mi princesa necesitaba de un beso que la despertara de tan terrible sufrimiento. Sin embargo yo no era el príncipe, el corcel blanco y su jinete (ambos animales sin sentido) se encontraban tomando un descanso y otorgaban una entrevista en la que resaltaban su ineptitud. Deseo que el centauro sin cerebro sea quemado por el fiel dragón.
Mi princesa escapa por sus propios medios, y encuentra a un torpe y simple campesino que hace las veces de trovador... descubro que soy yo. Una princesa de tan alta estima está obligada a rechazar al narrador de esta historia. Aunque todo gira de forma espectacular: el caballero se encuentra atrapado en la torre más alta del castillo y es custodiado por quimeras, arpías, esfinges y dragones. Esta princesa del siglo XXI se da a la tarea de salvar al príncipe, quien es sólo una investidura. El príncipe se encuentra atendido por una docena de vírgenes exquisitas, sólo viste atuendos de diseñador, su esmero en ver hacia sí lo hace pedante. La princesa toma un giro inesperado en nuestra historia: decide matar al príncipe. Se alía con las arpías y las esfinges. El plan es llevado a cabo, pero en el último instante el príncipe le pide matrimonio a nuestra princesa, a lo que en un acto de completa locura accede.
El día de su boda, un frenético viernes de primavera, los novios acuden indiferentes al altar. El narrador destrozado dice palabras que carecen de emotividad e imagina cien formas de batirse en duelo con el príncipe, para así llevarse a la princesa o morir con dignidad. La noche de bodas es una farsa más: la princesa está acostumbrada a abrazar una almohada, el príncipe se dedica a tocar los pezones de su esposa y sin decir palabra ambos quedan dormidos. Ser felices para siempre es la falacia de todo cuento de hadas. La princesa deja al príncipe para descubrirse a sí misma.
Detienen al narrador por actos en contra del monarca, la princesa lo rescata y ambos viajan como prófugos de la justicia. Ante un hechizo la princesa cae muerta. El narrador, amante en secreto, nunca se atreve a tocarla, es el único paraje de perfección que la naturaleza ha creado. "La princesa ha muerto", se dice en silencio y decide quitarse la vida. Realmente la princesa sólo finge su muerte para buscar su propia perfección.

1 comentario:

Athena D. dijo...

Siempre tan metafórico jeje Gracias por comentar en mi blog!! Los comentarios alimentan el alma del autor para seguir escribiendo jeje y pues no sé si ya te rebasé pero me esfuerzo mucho por sacar adelante mi blog (creo jeje)... bueno cuidate chico.

Nos vemos!! XD