lunes, 4 de mayo de 2009

La casa comunista

Cuba, Salvador Allende, un gran reloj del Ché Guevara en madera, que según mi papá fue pintado por un militar y salió en la portada de la Revista Proceso hace muchos años... mi infancia pasó entre películas de Disney, libros de García Marquez que mi mamá leía para mí y el comunismo que manifestaba mi papá en todas las pláticas que teníamos.
No tenía ni seís años cuando la URSS y Cuba me parecían unas verdaderas utopías: sin niños de la calle, médicos que lo curaban todo, viejitos jugando ajedrez en la calle... Fidel Castro, Carlos Marx, Lucio Cabañas, Mao Tse Tung y mi abuelo eran los revolucionarios idealizados. Éramos anti-imperialistas. Escuchábamos a Óscar Chávez, Silvio Rodríguez... Mi infancia transcurrió con muchos libros, el sexo me pareció de lo más normal cuando teniendo unos 9 años leí a Juan Sánchez Andraka y nunca me obligaron a creer en ningún dios.
Me parece que todo cambió cuando estábamos desayunando en un Vips, cerca de donde se encontraba la PGR. Un señor gordo y muy grande se nos acercó, al instante mi papá se levantó y lo abrazó efusivamente; ese señor le dijo que iba regresando de Cuba y que lo invitaba dentro de unos meses. "¿Y qué pasó con el partido?" le preguntó papá. El señor bajó la mirada y le dijo "Ya el comunismo fracasó, todos van a cuba por las muchachas y para qué ser pobre si nadie te lo va a agradecer". Intercambiaron teléfonos, mi papá me explicó que era un miembro del extinto Partido Comunista.
Desde ese día por arte de magia nos volvimos capitalistas, compramos a crédito y descrubrí a los Beatles.

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